¿De dónde proviene la inspiración artística e intelectual? ¿Es realmente algo divino? Para Pablo Picasso de hecho “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Con ese sencillo planteamiento, el padre del cubismo dio por sentada una máxima sobre el oficio y el quehacer artesanal de su pintura, aunque no echó por tierra el llamado elevado y abstracto del arte en sí. Las grandes ideas —y las grandes obras— son un rapto de la inspiración. Sin embargo, la historia ha demostrado que las musas de carne y hueso han existido siempre. Vengan de donde vengan, no pueden eludirse esas referencias del mundo terrenal que incitan a crear o plasmar algo sumamente bello, poderoso y revelador. Tal es el caso de Lou Andreas-Salomé.
El papel de muchas musas que cautivaron la pintura, el cine, la música o la poesía suele quedar rezagado ante el nombre de un creador, pero esto no deja en segundo plano la importancia de su rol inspirador, estimulante y catalizador de obras de arte. En la antigua Grecia se exaltaba a las musas como divinidades, hijas del dios Apolo que inspiraban la poesía, la música y el arte en general. No obstante, desde un punto de vista más moderno, no puede simplificarse el tema como un asunto de belleza. El concepto exige ir más allá de la superficialidad, la verdadera belleza que engloba carácter y esencia y que ha resultado profundamente inspiradora. En ese sentido, el temperamento, la personalidad y el carácter de Lou Andreas-Salomé fueron los elementos que lograron cautivar a las mentes brillantes del siglo XX.
Lou Andreas-Salomé nació en 1861, en San Petersburgo. Fue escritora, pensadora y psicoanalista. Henrik Gillot, considerado su primer mentor, fue su maestro de teología, filosofía, literatura francesa y alemana. A pesar de que Gillot estaba casado, se enamoró de Andreas-Salomé e incluso le pidió matrimonio, pero ella lo rechazó. Tiempo después la musa se mudó a Roma, donde asistía regularmente a veladas culturales. Ahí conoció a Paul Reé, con quien tuvo largas pláticas de filosofía que derivaron, al menos para Reé, en un estado de enamoramiento. Fue él quien le presentó a su gran amigo Friedrich Nietzsche.
Salomé, Reé y Nietzsche
La joven robó la atención del filósofo nihilista, quien desde el primer encuentro que tuvo con ella quedó encantado con sus muestras de madurez e inteligencia. Los tres estaban inmersos en un triángulo de afición. Reé estaba tan enamorado como Nietzsche. Este último le propuso matrimonio más de una vez, a lo cual ella siempre dijo estar encantada por el talento del filósofo, pero que en el plano sentimental no podía corresponderle. Nietzsche aceptó ser su amor no correspondido y, decaído y desconsolado, se encerró por días a escribir. En esa temporada compuso la primera parte de su gran poema filosófico: Así habló Zaratustra.
Lou Andreas-Salomé se casó en 1887 con Friedrich Carl, catedrático de lenguas orientales, quien era quince años mayor. Sin embargo se desenvolvía en diversos círculos que le permitían mantener relaciones casuales con otros hombres.
Posteriormente conoció a Rainer Maria Rilke, catorce años menor que ella. Con el poeta alemán compartió sentimientos e ilusiones, y formó parte fundamental en su formación. Después de un tiempo, Rilke empezó a mostrar una actitud posesiva a ella, lo que llevó a Salomé a terminar la relación. Se considera que Elegías de Duino surge en gran medida de la crisis personal que generó este desencuentro amoroso en Rilke.
Cuando Salomé comenzó a interesarse en el psicoanálisis, acudió en compañía de Poul Bjerre, su pareja en ese entonces, a un congreso en Weinmar. Ahí, Bjerre le presentó a Sigmnud Freud. A partir de ese encuentro comenzó una relación de mutua admiración e interés por el trabajo que ambos realizaban. Entre las obras de la musa destaca Mi agradecimiento a Freud.
La mujer que inspiró y cautivó con su sagacidad y desbordante personalidad a las mentes brillantes del siglo XX murió en enero de 1937. Con estilo y gracia hasta el minuto final de sus días, se despidió de este mundo mientras dormía. Lou Andreas-Salomé fue una auténtica musa, una mujer con fuerza telúrica y gravedad propia, una belleza fundida en la inteligencia y sensibilidad más elevada de su tiempo. En palabras del propio Nietzsche: “Una mujer que logra que, a los nueve meses de estar con ella, un hombre dé a luz un libro”.
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La historia de la mujer a menudo ha estado relegada al telón de fondo en la historia del hombre, sobre todo en nombre del recuento cronológico de la humanidad. Sin embargo, es cada vez más evidente que la humanidad es un género mixto y no específicamente masculino. El mundo que conocemos también se construyó con base en las propuestas, las decisiones y las figuras femeninas que instauraron cambios, como la mujer solitaria que se convirtió en bruja para hacer arte.