Con sombreros puntiagudos, una verruga en la nariz y arriba de una escoba. De lo contrario, desnudas, con cabello tan largo como una cascada de pecados y danzando alrededor de un macho cabrío. Así hemos construido la imagen de las brujas y sus actos de ocultismo a lo largo de la historia; aun más tras la aparición de filmes como “The Witch”, que muestran a una chica inocente convirtiéndose en la figura sospechosa de la maldad y el diabolicismo sobre la Tierra, y cuyos atributos desobedecen al canon del clásico Fairy Tale. Sea cualquiera el caso, todo se lo debemos a una cultura que nos precede, que se estructura desde tiempos que quizá no comprendamos del todo.
La imagen típica de una bruja es muy variable en función de cada cultura, cierto; no obstante, en el acervo popular del mundo occidental y el imaginario hollywoodense, la representación de una bruja se asocia fuertemente a una mujer con capacidad de volar montada en una escoba y una tez verde, con el aquelarre alguna vez capturado por Goya o con la caza de brujas en Salem y sus atavíos blanquinegros. Aunque los antropólogos Julio Caro Baroja y Carmelo Lisón proponen diferenciar entre brujas y hechiceras, siendo las primeras mujeres de un ámbito predominantemente rural, víctimas de la caza de brujas en los años 1450 a 1750; y las segundas como exclusivas de la ciudad y personajes que invocan o se sirven del poder sobrenatural para realizar sus conjuros, contrario a las brujas, quienes hacen un pacto con Satán, renuncian a su fe y rinden culto al diablo.
El vínculo oculto de la hechicera con esa “bruja satánica”, la que voluntariamente y en son de herejía le da su alma al diablo, se produjo en Europa durante los dos siglos finales de la Edad Media, dando lugar a un sinfín de representaciones espeluznantes que hasta hoy nutren la fantasía de estas apóstatas mujeres y dan escenario específico de todo aquello que es infernalmente humano. Fueron los procesos judiciales y la tradición libresca –como el “Malleus Maleficarum”– los que afirmaron y detallaron el estereotipo que hasta ahora nos persigue; dicha síntesis de creencias sobre las brujas, las que allí se presentan con formato de tratado o ilustración, son lo que a continuación se muestra como registro antiguo de aquello que por siglos nos ha “sensibilizado” al respecto de las imágenes brujísticas.
Tenemos, por ejemplo, este aguafuerte de William Hole, el cual data alrededor de 1896 y muestra a un grupo femenino que danza frenéticamente durante un Sabbath y en medio de una iglesia dilapidada. Brujas voladoras y un diablo gaitero protagonizan la escena.
O este grabado en madera de 1882, de Edwin Austin Abbey, el cual cumple con toda esa fantasía que incluso Disney propagó: una escoba, un gato negro, ramas siniestras y un rayo desesperanzador.
Arthur Rackham en 1907 nos regaló este dibujo de sombreros puntiagudos y viejos maderos para nutrir todo eso que llamamos hoy Halloween.
Este grabado en madera de 1508 da testimonio de la firme creencia cristiana sobre cómo las brujas convivían con animales cual medios de comunicación con el infierno. Matthew Hopkins es el responsable de esta imagen.
Entre 1507 y 1520 este grabado que pretende simbolizar la concepción de Alejandro Magno, consiguió en manos de Michel Le Noir dar una imagen distinta de la mujer fría y diabólica que busca a un hijo para reinar.
Estos demonios que acechan a mujeres durante la misa datan de 1493 y son un impreso por Michael Furter.
Incluso actos tan vagos o inofensivos como el posarse frente a un espejo y desarrollar la vanidad y la coquetería hacia sí mismos, era considerado un acto propio de brujas indecentes; Geoffroy de Latour consolidó esta imagen que lo explica en 1493.
Este demonio abandonando el cuerpo de una mujer débil, por Olaus Magnus en 1555, es testimonio gráfico de lo que solía creerse en torno a la brujería y sus consecuencias.
Asimismo, esta servidumbre a Satán por Pierre Boaistuau en 1597.
La unión entre bruja-servidora y el diablo en sus múltiples representaciones mortuorias era uno de los temas más impactantes para la civilización medieval, justo como se demuestra en este dibujo de Totentanz cerca de 1455.
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Las imágenes de la bruja han evolucionado en muy diversas direcciones, pero ninguna ha prevalecido tanto como aquellas realizadas por John Elliott a principios del siglo XX, las cuales se nutren de esos “bestiarios” hechos por religiosos y sujetos temerosos de antaño. La conexión maléfica con la naturaleza, las noches llenas de niebla y los gatos negros u otros animales enigmáticos siguen hoy como una de las tantas características entre estos seres y estas ilustraciones han sido fiel testigo de ello. Lee más sobre este tema con La historia de brujería y superstición que inspiró a la pintura más macabra y algunos Libros sobre brujas.